Tan pronto como nace un bebé, él o ella comienza a vincularse con sus cuidadores, generalmente los padres, de quienes dependerá totalmente durante los primeros años.
Los cuidadores son los responsables de proporcionar al niño las necesidades primarias fisiológicas (comida, bebida, cobijo, protegerle del frío y del calor, garantizar que duerma, etc.) y las emocionales o afectivas (tranquilidad, seguridad, amor, consuelo, cuidado, apoyo, protección, etc.).
Si los padres son sensibles y están en sintonía con estas necesidades -incluso cuando estas necesidades no se expresen claramente-, el niño construye un vínculo o apego seguro con los cuidadores, cuya presencia equivale a calidez, seguridad y estabilidad. Y, por lo tanto, el niño aprende indirectamente que puede confiar en otras personas.
En algunos casos, sin embargo, el niño percibe que no se satisfacen sus necesidades, que los cuidadores no están emocionalmente disponibles para él, ni responden cuando el pequeño busca su atención, afecto o apoyo. Como resultado, el niño forma un vínculo inseguro.
Según los investigadores, el tipo de vínculo que formamos y desarrollamos con nuestros primeros cuidadores en la infancia establece una representación mental de cómo funcionan las relaciones. Este modelo interno se convierte en un patrón o plantilla de comportamiento que repetiremos a la hora de relacionarnos con nuestras futuras parejas, hijos, amigos, compañeros de trabajo, etc. a lo largo de toda nuestra vida. Estos comportamientos se conocen como estilos de apego.
Según la teoría, hay cuatro tipos de estilos de apego:
Cada uno de los cuatro estilos de apego tiene sus rasgos y características típicas propias.
El apego es el vínculo físico, emocional y afectivo que una persona forma con otras personas a lo largo de su vida. Primero con su/s cuidador/es principal/es y después con sus amigos, su pareja, sus compañeros y/o sus hijos.
Presentada por primera vez por el psicólogo británico John Bowlby (1958), y ampliada posteriormente por Mary Ainsworth y sus colegas (Bell y Stayton, 1971), la teoría del apego sugiere que los humanos tenemos una necesidad fisiológica innata de formar un vínculo emocional con nuestros cuidadores principales, y que tener un vínculo fuerte es crucial para un desarrollo saludable.
Bowlby estaba interesado en comprender la ansiedad y la angustia que experimentan los niños cuando se les separa de sus padres o principales cuidadores, especialmente de la madre.
Bowlby observó que los bebés separados de sus padres hacían todo lo posible (por ejemplo, llorar, patalear, buscar frenéticamente…) para evitar la separación o para restablecer la proximidad con un padre desaparecido o ausente y así poder recibir de nuevo tanto comodidad como cuidado.
Bowlby concluyó que tales expresiones son comunes a una amplia variedad de especies de mamíferos, y especuló que estos comportamientos podrían cumplir una función evolutiva. Dado que los niños son indefensos durante sus primeros años (mientras que otros mamíferos pueden caminar y alimentarse minutos después de nacer),
este comportamiento de apego en los niños (el hecho de mantenerse el bebé cerca de la madre)
garantizaría que el cuidador satisfaga sus necesidades físicas y emocionales básicas, aumentando así sus posibilidades de supervivencia del pequeño.
La teoría del apego establece que el objetivo principal de los bebés y los niños pequeños es, pues, mantener la proximidad con su cuidador principal. Por este motivo, los pequeños necesitan desarrollar un vínculo seguro con dicho cuidador para sentirse cuidados y a salvo, y así explorar el mundo que los rodea, lo cual es esencial para el desarrollo social y emocional normal. Esto explicaría que los pequeños estén constantemente monitoreando a sus padres para ver qué estrategias les permitirán permanecer cerca de ellos.
Bowlby identificó cuatro componentes del apego que los niños desarrollan naturalmente para mantener la conexión con su cuidador:
el deseo de estar cerca de las figuras de apego, para mantener la cercanía física.
el rol que juega el cuidador o figura de apego, y desde el cual el niño puede explorar el mundo más grande (¿alguna vez has visto a un niño pequeño alejarse de su madre o padre y luego darse la vuelta para verificar nuevamente y asegurarse de que el adulto está aún allí? Esta es una parte normal del proceso de apego).
el regreso al cuidador por un beso, caricia, abrazo… (cuando ese mismo niño pequeño se sienta asustado, en peligro o amenazado, regresará al cuidador para encontrar alivio y tranquilidad).
el malestar emocional exhibido por niños pequeños cuando son separados de sus padres o cuidadores (un ejemplo común de esto es la protesta emocional de un niño pequeño cuando se queda con una niñera o en la guardería por primera vez).
El Dr. Phillip Shaver y la Dra. Cindy Hazan (1987) tomaron la investigación de John Bowlby y Mary Ainsworth entre padres e hijos y la aplicaron a las relaciones románticas.
Los cuatro componentes del apego presentes en la infancia también se observan en los adultos:
Si tus cuidadores fueron cariñosos y generalmente receptivos, probablemente desarrollaste la sensación de que eres adorable, que las relaciones son confiables y que la gente es digna de confianza. En otras palabras, es más probable que tengas una sensación general de valía y verás las relaciones como un espacio seguro donde puedes expresar tus emociones libremente.
Si tus cuidadores eran imprevisibles, es posible que hayas crecido preguntándote si eres digno de ser amado, y puedes tener miedo y sentir preocupación sobre si otras personas te querrán y te apoyarán realmente.
Si tus primeras relaciones fueron a menudo negligentes y/o rechazaron tus emociones y necesidades, entonces es posible que hayas desarrollado una coraza invisible como forma de proteger tus necesidades insatisfechas y tus emociones invalidadas. Es posible que hayas aprendido a sobrevivir alejándote de los demás y/o negando tus sentimientos y necesidades.
Si tus cuidadores eran incoherentes (unos días eran fuente de consuelo para ti y otros la causa de tu miedo e inseguridad) e impredecibles es posible que seas extremadamente inconsistente en tu comportamiento y te cueste mucho confiar en los demás. Las causas más comunes de este estilo de apego son trauma infantil, negligencia o abuso físico, verbal o sexual.
Lo más importante es que estos estilos no están escritos en piedra. Aunque tienden a ser duraderos, los estilos de apego también son flexibles y pueden evolucionar.
¡Los comportamientos se pueden cambiar! Esta puede ser la forma en que te relacionas con el mundo hoy, pero es un patrón que se puede transformar. Se puede desarrollar un estilo más seguro de apego y un mayor nivel de "diferenciación" a través de la terapia y, sobre todo, haciendo el duro trabajo de crecer en tus relaciones cercanas.
Ser consciente de tu estilo de apego es el primer (y más importante) paso. ¿Cuáles son tus patrones? Darte cuenta te ayudará a entender tu modelo mental sobre las personas y las relaciones, el por qué ciertos comportamientos pueden ser difíciles para ti, cuál es tu sentido de seguridad y protección. Además te ayudará a identificar aspectos específicos de la intimidad y la comunicación en los que puedes aprender y crecer. Ser honesto contigo mismo y con tu pareja es crucial.
Ahora que has explorado los conceptos clave sobre el apego, ¿te gustaría descubrir más sobre ti y tu propio estilo de apego? ¡Entonces estás en el lugar correcto! Dirígete a la siguiente página para realizar un breve test que te ayudará a identificar tu estilo de apego. Este conocimiento puede ser el primer paso crucial hacia una comprensión más profunda de ti mism@ y tus relaciones. ¡No esperes más, descubre tu estilo de apego ahora mismo!
© Cristina Gil, 2024 - Todos los derechos reservados. Aviso Legal - Política de Privacidad