El significado que damos a la palabra “amor” no es el mismo en todas las culturas. En la nuestra el amor es esencial en la vida de las personas y pensamos que ha sido así desde siempre, pero es sólo una idea que se convirtió en realidad hace apenas tres siglos.
Aproximadamente a mediados del siglo XVIII nació una nueva ideología de la que todos nosotros somos herederos. Y hoy en día todos nosotros amamos en función de esa idea.
Cada época histórica y cada cultura tienen sus modelos de comportamiento amoroso, los cuales establecen normas sobre cuándo, cómo y a quién amar. Son como un mapa o una guía que nos indican cuestiones como de quién podemos enamorarnos y de quién no, cuando iniciar las relaciones sexuales, qué conductas están prohibidas (el incesto, por ejemplo), etc.
Hasta que el Romanticismo apareció uno toleraba a su pareja por motivos dinásticos, patrimoniales, religiosos, los hijos... pero no esperaba amarla. Las personas hasta ese momento acostumbraban a juntarse y permanecer unidas en función de decisiones sensatas y racionales, pero el amor no era ni de lejos el centro de sus vidas. Rara vez las parejas se juntaban porque se amaban. La noción de estar felizmente en pareja se remonta a la aparición del Romanticismo.
En nuestra cultura occidental moderna, las uniones por amor tienden a ser la norma. Hoy en día esperamos encontrar a nuestra alma gemela, aquella persona con la que experimentaremos una profunda conexión que nos hará sentir completos. Y esperamos que sea esta conexión la que sostenga nuestra relación.
Y este invento del amor romántico nos ha causado algunos problemillas a la hora de amar. Se podría decir que, desde cierto punto de vista, el principal enemigo del amor es el Romanticismo.
Algunas de las ideas centrales del Romanticismo que nos llevan a fallar en el amor:
El Romanticismo nos dice que todos nosotros tenemos un alma gemela allá afuera, que nos está predestinada y que es nuestra tarea identificarla. Cuando la encontremos sentiremos una sensación muy especial, un tipo de atracción profunda e instintiva hacia esa persona y sabremos que es nuestro destino.
Cuando pensamos en el amor lo primero que nos viene a la cabeza es el enamoramiento. El amor romántico defiende que este sentimiento especial, luminoso y de gran intensidad que es el enamoramiento puede y debe perdurar todo el tiempo. Por lo que cuando dejamos de sentirlo nos preocupamos bastante.
Que disminuya ese sentimiento pasional en nuestra relación nos lleva a pensar que esa no era nuestra alma gemela en realidad. Por lo que entonces tendemos a fijarnos en otra persona, a la espera de que ese "sentimiento especial" aparezca de nuevo. Y si damos con alguien que nos active esa química especial que produce el enamoramiento, será, de nuevo, la confirmación inequívoca de que, esa sí que sí, es nuestra alma gemela.
La verdad es que, incluso si una pareja experimenta una conexión profunda, esto representa únicamente el comienzo de su relación. Hoy sabemos que el enamoramiento es sólo una fase del amor. Lo que cuenta en última instancia en la vida de la pareja es lo que sucederá después del enamoramiento. Gran parte del amor que recibimos y damos en la vida gira mayormente en torno al afecto y el cuidado, aunque son dos de las capacidades que menos valoramos en el amor.
Lo bueno de encontrar al alma gemela es que nunca más nos sentiremos solos y podremos ir por la vida sintiéndonos completos. Significará el final definitivo de todos los sentimientos de alienación, infelicidad y soledad: todo aquello que somos, todos nuestros sentimientos y esperanzas serán perfectamente comprendidos por la otra persona, que es quien tendrá la capacidad de darnos (o quitarnos) la felicidad.
La idea de que alguien es responsable de nuestros sentimientos de felicidad e infelicidad, o que algún otro es responsable de los nuestros es una tremenda alucinación. No hay ninguna persona en el mundo que haya venido expresamente con la misión de hacernos felices. Cada quien es responsable de sus pensamientos, sentimientos y acciones, además de que nadie puede entregar lo que previamente no tiene dentro de sí mismo/a.
A diferencia de antiguamente, en que los matrimonios concertados eran lo más habitual, en la actualidad creemos que la manera de encontrar a un buen compañero o alma gemela es seguir las emociones, los sentimientos, las pasiones y el instinto.
Vivimos en una cultura romántica en la que se privilegia el impulso y se nos recuerda que es mejor dejar de lado el pensamiento y seguir al corazón a la hora de elegir pareja, pues nuestras emociones siempre son la mejor guía para saber la verdad. Sin embargo, hacer algo porque te resulta agradable, no es siempre la mejor guía para la acción. Hoy sabemos que existe una íntima conexión entre corazón y cerebro, y que funcionamos óptimamente cuando ambos trabajan juntos dirigiendo nuestra vida. Como cuando decides utilizar un preservativo para mantener relaciones sexuales. Si sólo respondieras a la emoción, podrías tener sexo sin protección sin pensar en las consecuencias. Pero si la razón y la emoción actúan conjuntamente, tendrás más posibilidades de lograr satisfacción presente asegurándote un futuro más saludable.
Otra cosa en la que los románticos creen es que el amor y el sexo van juntos. Previamente, las personas tenían relaciones sexuales y se enamoraban, pero las dos cosas no tenían porqué funcionar juntas necesariamente. Los románticos convirtieron el sexo en la prueba última del amor. Y es por este motivo que el adulterio se tornó en una tragedia a partir de entonces, convirtiéndose en el tema más importante de las novelas del siglo XIX (Madame Bovary, Anna Karenina, etc.).
Estrechamente ligada a la concepción del sexo como expresión final del amor está la idea del amor como posesión sexual. Lo normal es que no se tengan (ni se deseen) relaciones sexuales con otras personas (monogamia heterosexual), ni tampoco se contempla la falta de deseo sexual por la pareja. Si estas cosas suceden son una prueba inequívoca de la falta de amor por ella. Lo que deriva en que resulte difícil aceptar y respetar un “no” por una de las partes a la hora de tener relaciones sexuales dentro del seno de la pareja.
Hoy día el cliché amoroso romántico de la monogamia sexual va dejando espacio a otros modelos de relaciones como la poligamia o el amor libre, que contemplan sexos y géneros diversos y abiertos. Que otras personas nos atraigan o nos gusten es natural. Que esa atracción se convierta o no en sexo es una decisión que se debe tomar libremente en función del propio deseo y de los compromisos establecidos con la persona con la que se mantiene la relación.
Dicen los románticos que cuando nuestra alma gemela aparezca, no tendremos más secretos, ella nos entenderá completamente y nosotros a ella. Sabremos todo el uno del otro y cualquier sentimiento que podamos experimentar, como vergüenza o vulnerabilidad, podremos revelárselo a nuestra pareja y ella nos comprenderá y nos apoyará incondicionalmente, lo cual será maravilloso y liberador.
Sin embargo, la idea de que cuando uno ama debe compartir todo tipo de secretos y renunciar a la intimidad crea un conflicto interno entre el amor y la sinceridad. Especialmente cuando llega el momento en que nuestra pareja no ve como nosotros alguna cuestión: la mayoría de nosotros decide que escogerá el amor y dejará de lado la sinceridad.
© Cristina Gil, 2024 - Todos los derechos reservados. Aviso Legal - Política de Privacidad